Algunos pasajes de Victarion Greyjoy. Festin de Cuervos. El saqueador.
-«No son hombres del hierro —pensó Victarion—. Tienen miedo de ahogarse.»
—¡Eh, tú! —le gritó el capitán del hierro en medio de la carnicería—. ¡El de la rosa! ¿Eres el señor de Escudo del Sur?
El otro se levantó el visor para mostrar un rostro lampiño.
—Su hijo y heredero, Ser Talbert Serry. ¿Quién eres tú, kraken?
—Tu muerte.
Victarion se lanzó contra él.
-Con aquello consiguió unos instantes de respiro para recuperar el hacha. Las rosas blancas caían ante la oleada de hierro. Unos trataban de esconderse bajo la cubierta; otros pedían cuartel. Victarion sentía la sangre cálida que le corría por los dedos bajo la malla, el cuero y las placas del guantelete, pero no era nada. Alrededor del mástil, un grupo de enemigos seguía luchando, en un círculo formado hombro con hombro.
-«Esos, al menos, son hombres. Prefieren morir a rendirse.» Victarion les concedería su deseo a unos cuantos. Golpeó el hacha contra el escudo y cargó contra ellos.
El Dios Ahogado no había creado a Victarion Greyjoy para que luchara con palabras en las asambleas, ni para que combatiera a enemigos furtivos y escurridizos en pantanos interminables. Para aquello había nacido: para vestir el acero y blandir un hacha ensangrentada, para repartir muerte con cada golpe.
-Le lanzaron tajos de frente y por la espalda, pero tanto habría dado que hubieran usado ramas de sauce en vez de espadas. No había hoja capaz de traspasar la gruesa armadura de Victarion Greyjoy, y no les daba tiempo a sus enemigos para que buscaran los puntos débiles en las articulaciones, donde el cuero era su única protección. Que lo atacaran tres hombres a la vez, o cuatro, o cinco. No importaba. Los mataba de uno en uno, mientras confiaba en su armadura para protegerse de los otros. Cuando un enemigo caía, volcaba su rabia contra el siguiente.